11 de septiembre de 2025

Desparejados (2010)

 

¿Dónde está la pareja de todos nuestros calcetines? Esta pregunta se extendía como una plaga por todo Robbstone. El pueblo de dos mil habitantes había despertado con una conmoción: cada calcetín estaba desparejado. Era la comidilla de cada barrio, de cada café. La situación era tan grave que el alcalde, Colorado Jim, había convocado una asamblea para esa misma tarde.

—Excelentísimo Jim, esto es una locura, mire. —Jonas Only se levantó un poco los pantalones para mostrar sus calcetines: uno marrón y el otro blanco con un ancla. —Esto es cosa de extraterrestres, es una situación de lo más rara.

—Cálmese, Jonas. Tampoco es para paralizar al pueblo entero, alguna explicación ha de haber. —El alcalde se miró disimuladamente sus calcetines, uno azul y el otro verde pistacho. La combinación no le desagradaba. —No creo que sea tan grave como para que haya una manifestación bajo el balcón del ayuntamiento.

En la plaza, la gente se congregaba. Algunos, los más despistados o los que no usaban calcetines, los miraban con curiosidad. Un grupo de jóvenes de estética fashion victim aprovechó la situación para reclamar más tiendas de moda. La plaza se fue llenando: familias enteras con calcetines desparejados, parejas de enamorados que se miraban los pies con cara de desconcierto. Hasta el cura, que solo usaba calcetines negros, tenía un problema: uno era tobillero y el otro casi le llegaba a la rodilla.

El estudio se publicaría en la revista semestral del pueblo, pero era un hecho: ninguna familia tenía dos pares de calcetines iguales. Por eso la conmoción era tan grande. En medio de la multitud, las conversaciones giraban en torno a los calcetines: a la estética, a qué harían ahora, si deberían prohibir su uso o implantar la moda bicolor. Ante esta sugerencia, varios barrios entraron en conflicto. Era una tradición centenaria: cada habitante de Robbstone se abastecía de parejas de calcetines de diferentes colores, nunca dos pares iguales.

Colorado Jim decidió salir al balcón para hacer frente a la multitud.

—¡Buenos días, habitantes de Robbstone! Como todos sabéis, esta mañana nos hemos despertado sobresaltados por el asunto de los calcetines desparejados. He ordenado a las autoridades pertinentes que investiguen el caso y, por si las moscas, he llamado al FBI y al CSI. De estos últimos no tengo respuesta. Volviendo a los calcetines, y a sabiendas de que es un tema peliagudo, quiero deciros que he meditado con mi gabinete de crisis y varias tazas de café, que el pueblo sea como los demás pueblos... ¡que cada uno use los calcetines que más le gusten!

La plaza se estremeció. Los allí congregados, con los ojos como platos, dieron un salto al unísono, provocando el desprendimiento de varias tejas del ayuntamiento.

—¡Es una tradición milenaria! —gritó una mujer con los rulos aún puestos. Llevaba un calcetín a rombos verdes y negros y el otro azul marino con dos franjas blancas.

—¿Pretende cambiar un estilo de vida en una mañana? ¡Nos gustan nuestros calcetines tal como están ahora! —exclamó un joven en pijama, que llevaba solo un calcetín amarillo pollo.

—¡Señor alcalde! ¡Váyase! ¡Queremos elecciones anticipadas! ¡No queremos un alcalde que a las primeras de cambio tire por los suelos toda una tradición! —gritó con sus zapatillas de estar por casa y los calcetines desparejados.

Las voces clamaban al unísono una solución. Como protesta, todos los congregados se quitaron los calcetines, los hicieron una bola y los lanzaron al alcalde. Una lluvia multicolor y con un olor muy particular llegó hasta el balcón. En poco más de diez segundos, Colorado Jim se vio atrapado por una montaña de calcetines que le llegaba hasta la cintura. Varios hombres tuvieron que sacarlo en volandas de la jungla textil.

Dos días después, en la puerta del ayuntamiento, había una nota colgada de puño y letra del alcalde:

Queridos conciudadanos:

Viendo el tema de los calcetines y que no hemos podido llegar a un acuerdo, he decidido que, a partir de hoy, queda a libre disposición de cada persona la utilización y combinación de calcetines como mejor le venga en gana. Después de varias horas consensuando el tema con el consejo mayor del pueblo y con los representantes de cada barrio, hemos decidido que el 6 de diciembre de cada año sea día festivo. El nombre de la fiesta será por votación popular. Así queda resuelto el tema que ha llevado a la revolución a este pacífico pueblo.

Alcalde, Colorado Jim

Poco a poco, la noticia corrió por todo el pueblo. Algunos se lo tomaron bien y otros cayeron en depresión. Muchos encontraron la imposición justa, y los jóvenes montaron una fiesta por el día libre extra.

Pasaron los días y el agua volvió a su cauce. El alcalde podía salir a la calle sin temor a recibir un calcetinazo. El pueblo había vuelto a la normalidad y sus habitantes presumían de todo tipo de calcetines.

Solo una pregunta quedaba suspendida en el aire: ¿dónde habían ido a parar los calcetines desparejados de todo el pueblo?

En la otra punta del pueblo, en la fábrica textil, especialista en calcetines, se descorchaban botellas de vino y se cantaban canciones festivas a pleno pulmón. En la parte de atrás, una hoguera consumía los últimos calcetines desparejados. Este año iba a ser muy bueno en ventas.