Día tras día miro fugazmente ese destartalado y abandonado jardín sin nombre, solitario, en sombras, con sus típicos ruidos quejumbrosos, como quejándose de su soledad. Oigo el cantar de sus infelices y escuálidos pájaros, y las pisadas de sus deprimentes animalillos que merodean sin rumbo, ajenos a lo que les rodea.
Siento la brisa tibia del aire rozar la piedra, noto cómo el tiempo roza mi cuerpo como si quisiera atraparme, pero no lo consigue. Soy escurridizo como el agua entre las manos.
Sentado en la parte más sombría del jardín, observo la torre que majestuosamente descansa en él, sin inmutarse por el paso de los años. Se diría que siempre fue así, pero sería mentira; está quejada de una enfermedad. Su cuerpo está lleno de grietas y su figura entrelazada de plantas como si no quisieran dejarla caer. Pero ella sigue allí, viendo pasar el tiempo, oyendo como yo los murmullos de las voces que habitaban en el jardín, su jardín.
No son voces humanas, son las voces de los atemporales, los que viven pero que no están vivos, los que deambulan entre sombras, los que están entre dos mundos, los que jamás envejecerán. Los que andan descalzos sobre hojas secas sin hacer ruido, los que lloran sin lágrimas. Son los que velan por la torre, los que velan y cuidan del pasar del tiempo.
Ese edificio de piedra rojiza no se queja de su enfermedad, pues no es mortal; es un acuerdo con la naturaleza y los seres del jardín sin nombre. El jardín sin nombre, también podría llamarse el jardín de la soledad.
El jardín no está triste, pues tiene la infinita compañía de su torre y de mí, compañero del tiempo. Aunque hay que decir que antaño era más feliz, con sus columpios recién pintados, ahora herrumbrosos amasijos de chatarra. Con sus caballos de hierro trotando en círculos interminables, ahora sin jinetes, abandonados entre la maleza. Sus cunas blancas balanceándose y acunando la brisa, ahora del color del óxido, olvidadas.
Yo soy aquel que te custodia, mi bello jardín solitario. Yo soy aquella estatua que siempre te mira, mi adorada torre. Soy aquel que os ayuda a pasar el largo y pesado tiempo, el que os observa y escucha desde la parte más alta del jardín de los corazones olvidados.