11 de septiembre de 2025

El año de las llamas (2012)

 

—¿Sabías que Carlos se fue a Australia en busca de ella? —caminaba con las manos en los bolsillos y de su boca colgaba la mitad de un cigarrillo rubio.

—Sí, me lo contó su hermana. Dice que está como una regadera y ella no vale ni el intento de pronunciar su nombre. —se colocó bien las gafas de pasta negra que le resbalaban continuamente por su pequeña nariz.

—A mí me parece una tía genial, pero no entiendo cómo pudo hacerle eso a Carlos. Dicen que bebió de lo lindo aquella noche. —dejó a su paso un aroma a tabaco que hizo estornudar a un perro que paseaba con su dueño.

—Eso me parecía a mí también, pero después de lo que me contó su hermana... tengo serias dudas ya. La verdad, Teo, era como una hermana para mí, y mira lo que te digo, está bien en Australia. —la calle estaba en penumbras, tres de cada cuatro farolas estaban sin luz.

—Ya, pero es una tía genial. Conmigo se portó de maravilla, y por una mancha en su expediente no se puede decir que sea la persona más mala del mundo. Bueno, Carlos es nuestro amigo, por supuesto, y lo quiero, Lorenzo, de verdad... ¿no sería culpa suya lo que pasó? Él tampoco es un santo, Loren, acuérdate hace ocho años. Todavía se me pone la carne de gallina al pensarlo.

Caminaban en silencio, proyectando sombras intranquilas sobre los adoquines desgastados. El eco de sus pisadas susurraba en los callejones, poniendo en alerta a los gatos arrabaleros que dormitaban entre cartones y despojos. Teo miraba el suelo en su cansino andar, como si contara las baldosas ennegrecidas. Lorenzo, con la mirada fija en ninguna parte, volvía a ponerse las gafas en su sitio.

—Su hermana está medio depresiva, también me recordó lo de hace ocho años. Está hecha polvo, ¡si hasta ha intentado ahogar sus penas entre mis piernas! —Lorenzo se ruborizó y le resbalaron las gafas hasta la punta de la nariz.

—Creo que en estado normal también te comería entero, playboy. —Teo sonreía mientras se encendía otro cigarro.

—Esa época loca con ella ya pasó y quiero que siga todo igual, como hasta ahora. Como amiga es una buena tía, como novia es un demonio. ¿Crees que Carlos dará con ella? Me da que no... además, ¿cómo ha sabido que está en Australia? En serio, Teo, más vale que no la encuentre y se vuelva. Borrón y cuenta nueva. —del bolsillo de sus jeans gastados, sacó el paquete de tabaco negro y se encendió un cigarro.

—¿Borrón y cuenta nueva? ¿Hablas en serio? El borrón es muy grande, y lo que ha pasado, más lo que ya pasó... ¡buf! Nos salpica a todos. —tiró el cigarro que acababa de encender, y este se apagó con un siseo en un charco bajo una cañería.

—Lo sé, y no quiero creerlo. Lo de hace ocho años lo asumo, como tú y su hermana y los demás, pero con esto no pienso cargar. No, esto ya no es un juego de niños. Esto es muy grave, y él solo lo ha hecho, que salga solo de esa mierda. No puede destrozarnos la vida porque se le crucen los cables, ¡joder! —pateó una lata de cerveza vacía que se interpuso en el camino.

—Lo malo es que si esto sale a la luz —y saldrá, no me cabe duda—, lo de hace ocho años también se sabrá. Y no podemos ser tan estúpidos para pensar que vamos a salir de rositas.

—¡Maldita sea, Lorenzo, cállate! Llevo años sin pegar ojo por las noches. Solo veo al pobre chico allí tendido en el suelo, veo las llamas como lo devoran. ¡Cállate, tío, cállate!

—¡No eres el único que lo ha pasado mal este tiempo! ¡Todos estamos jodidos! Suerte que no tenía familia, que no tenía nada...

—¡Nos tenía a nosotros! Mierda. —las lágrimas le resbalaban por las mejillas y hacían borrosa su visión.