11 de septiembre de 2025

Horizonte de setas (2014)

 


No paraba de llover,

¿el fin de los días?

 A saber, pero agua 

no faltaría.

 

Abro el paraguas, 

horizonte de setas, 

capuchones de colores,

suelo de espejos.

 

Caminaba bajo mares,

salpicando, chapoteando, 

mojando calcetines y calzado, 

mis pies, submarinos de a cinco.

 

"¿No te gusta la lluvia?" 

Toma, diluvio. 

Soberana chorrada el paraguas,

mil goteras en mi tejado.

 

Semáforo en rojo, 

coches sin miramiento,

cortina de agua,

calado hasta los huesos.

 

Me olvido del paraguas, 

maldito cachivache, 

molestas más que ayudas, 

y encima, pasto de olvidos.

 

Camino ahora chorreando, 

mal peinado, lametón de vaca, 

gracias mil que no hace frío,

¡solo faltaba eso! Dios, ¡una barca!

Transeúntes pocos, 

los pocos calados, 

pero con sonrisas en las caras, 

la mirada al cielo,

futuros resfriados con felicidad dibujada.

 

Llego a mi destino, 

abriendo mares 

en mi húmedo caminar.

A orillas de mi hogar he llegado.

Fin de la función (2012)



Cayó el Sol, pesadamente, arrastrando colores. ¡Plof!

Hundiéndose entre algodones, de tierra y de árboles. Regándose en mares salados.

Los que dormían no despertaron. Los que bebían café lo derramaron.

No hubo gritos, ni pesadillas, ni bocadillos, ni prisas, no hubo romances, no se engendraron hijos.

Solo silencio. El silencio del fin.

La luna, tímida, no salió. Las estrellas, alarmadas, fueron fugaces.

Tembló la tierra mientras el telón caía negro, sin aplausos.

Mi trocito de cielo en un tupper (2010)

 

Como no, volverá quizás a llover,

 agrisando el día con pinceladas gruesas,

 con paleta de colores grises y turquesas.

Como no, nubes cargadas prestas a caer.

 

Déjame que te acompañe en tu pasear

 bajo el puente del venidero arco iris, 

de deseos entre besos y cumplidos.

 Déjame acompañarte en tu caminar.

 

Que somos corazones en libertad, 

en esta mañana de ligeros colores, 

donde palpitamos como pasos

 dados a gozar, amando y en paz.

 

Como no, volverá quizás a llover,

a mojarnos el alma con aguas puras 

que como caricias nos rodean, 

como no, volverá quizás a llover.

 

Lágrimas de aguamiel, dulces,

que en compañía embriagan, 

dándonos placer y melancolía: 

orgasmos de mil goces.

 

Déjame que te agasaje de sueños, 

que te esculpa fantasías hermosas, 

que con mis trabajadas manos

te lleve un trocito de cielo...

 

Mi trocito de cielo en un tupper.

El año de las llamas (2012)

 

—¿Sabías que Carlos se fue a Australia en busca de ella? —caminaba con las manos en los bolsillos y de su boca colgaba la mitad de un cigarrillo rubio.

—Sí, me lo contó su hermana. Dice que está como una regadera y ella no vale ni el intento de pronunciar su nombre. —se colocó bien las gafas de pasta negra que le resbalaban continuamente por su pequeña nariz.

—A mí me parece una tía genial, pero no entiendo cómo pudo hacerle eso a Carlos. Dicen que bebió de lo lindo aquella noche. —dejó a su paso un aroma a tabaco que hizo estornudar a un perro que paseaba con su dueño.

—Eso me parecía a mí también, pero después de lo que me contó su hermana... tengo serias dudas ya. La verdad, Teo, era como una hermana para mí, y mira lo que te digo, está bien en Australia. —la calle estaba en penumbras, tres de cada cuatro farolas estaban sin luz.

—Ya, pero es una tía genial. Conmigo se portó de maravilla, y por una mancha en su expediente no se puede decir que sea la persona más mala del mundo. Bueno, Carlos es nuestro amigo, por supuesto, y lo quiero, Lorenzo, de verdad... ¿no sería culpa suya lo que pasó? Él tampoco es un santo, Loren, acuérdate hace ocho años. Todavía se me pone la carne de gallina al pensarlo.

Caminaban en silencio, proyectando sombras intranquilas sobre los adoquines desgastados. El eco de sus pisadas susurraba en los callejones, poniendo en alerta a los gatos arrabaleros que dormitaban entre cartones y despojos. Teo miraba el suelo en su cansino andar, como si contara las baldosas ennegrecidas. Lorenzo, con la mirada fija en ninguna parte, volvía a ponerse las gafas en su sitio.

—Su hermana está medio depresiva, también me recordó lo de hace ocho años. Está hecha polvo, ¡si hasta ha intentado ahogar sus penas entre mis piernas! —Lorenzo se ruborizó y le resbalaron las gafas hasta la punta de la nariz.

—Creo que en estado normal también te comería entero, playboy. —Teo sonreía mientras se encendía otro cigarro.

—Esa época loca con ella ya pasó y quiero que siga todo igual, como hasta ahora. Como amiga es una buena tía, como novia es un demonio. ¿Crees que Carlos dará con ella? Me da que no... además, ¿cómo ha sabido que está en Australia? En serio, Teo, más vale que no la encuentre y se vuelva. Borrón y cuenta nueva. —del bolsillo de sus jeans gastados, sacó el paquete de tabaco negro y se encendió un cigarro.

—¿Borrón y cuenta nueva? ¿Hablas en serio? El borrón es muy grande, y lo que ha pasado, más lo que ya pasó... ¡buf! Nos salpica a todos. —tiró el cigarro que acababa de encender, y este se apagó con un siseo en un charco bajo una cañería.

—Lo sé, y no quiero creerlo. Lo de hace ocho años lo asumo, como tú y su hermana y los demás, pero con esto no pienso cargar. No, esto ya no es un juego de niños. Esto es muy grave, y él solo lo ha hecho, que salga solo de esa mierda. No puede destrozarnos la vida porque se le crucen los cables, ¡joder! —pateó una lata de cerveza vacía que se interpuso en el camino.

—Lo malo es que si esto sale a la luz —y saldrá, no me cabe duda—, lo de hace ocho años también se sabrá. Y no podemos ser tan estúpidos para pensar que vamos a salir de rositas.

—¡Maldita sea, Lorenzo, cállate! Llevo años sin pegar ojo por las noches. Solo veo al pobre chico allí tendido en el suelo, veo las llamas como lo devoran. ¡Cállate, tío, cállate!

—¡No eres el único que lo ha pasado mal este tiempo! ¡Todos estamos jodidos! Suerte que no tenía familia, que no tenía nada...

—¡Nos tenía a nosotros! Mierda. —las lágrimas le resbalaban por las mejillas y hacían borrosa su visión.

Conversaciones con el Contestador (2013)

 

Voz del contestador: Este es el contestador automático de Toni. En estos momentos no se encuentra disponible. Deje su mensaje y su número de teléfono, y le llamará lo antes posible.

—Hola, contestador de Toni. ¡Ya está bien de coger tú el puñetero teléfono! Haz el favor de decirle a tu dueño que le he llamado como mil veces y...

(Señal acústica)

Voz del contestador: El mensaje es demasiado largo. Por favor, vuelva a llamar otra vez.

(Señal)

[Llamada de nuevo]

Voz del contestador: Este es el contestador automático de Toni. En estos momentos no se encuentra disponible. Deje su mensaje y su número de teléfono, y le llamará lo antes posible.

—¡Maldita seas, contestador del diablo! Como me cuelgues otra vez, te juro que voy a donde estés y te hago pedazos, porque me tienes hasta los...

(Señal acústica)

Voz del contestador: El mensaje es demasiado largo. Por favor, vuelva a llamar otra vez.

(Señal)

[Llamada de nuevo]

Voz del contestador: Este es el contestador automático de Toni, que por cierto me ha dicho que está hasta las narices de tus llamadas, que no lee tus mensajes y que dejes ya de llamar, que agotas mi memoria y su paciencia. Y además, ¡quién eres, coño! Que no dejas nunca nombre ni teléfono. Deje su mensaje después de la señal.

(Señal)

—¡Como me vuelvas a colgar, hijo de p...!

(Señal acústica)

Voz del contestador: Memoria llena. Vuelva a llamar, si es tan amable.

(Señal)

Desparejados (2010)

 

¿Dónde está la pareja de todos nuestros calcetines? Esta pregunta se extendía como una plaga por todo Robbstone. El pueblo de dos mil habitantes había despertado con una conmoción: cada calcetín estaba desparejado. Era la comidilla de cada barrio, de cada café. La situación era tan grave que el alcalde, Colorado Jim, había convocado una asamblea para esa misma tarde.

—Excelentísimo Jim, esto es una locura, mire. —Jonas Only se levantó un poco los pantalones para mostrar sus calcetines: uno marrón y el otro blanco con un ancla. —Esto es cosa de extraterrestres, es una situación de lo más rara.

—Cálmese, Jonas. Tampoco es para paralizar al pueblo entero, alguna explicación ha de haber. —El alcalde se miró disimuladamente sus calcetines, uno azul y el otro verde pistacho. La combinación no le desagradaba. —No creo que sea tan grave como para que haya una manifestación bajo el balcón del ayuntamiento.

En la plaza, la gente se congregaba. Algunos, los más despistados o los que no usaban calcetines, los miraban con curiosidad. Un grupo de jóvenes de estética fashion victim aprovechó la situación para reclamar más tiendas de moda. La plaza se fue llenando: familias enteras con calcetines desparejados, parejas de enamorados que se miraban los pies con cara de desconcierto. Hasta el cura, que solo usaba calcetines negros, tenía un problema: uno era tobillero y el otro casi le llegaba a la rodilla.

El estudio se publicaría en la revista semestral del pueblo, pero era un hecho: ninguna familia tenía dos pares de calcetines iguales. Por eso la conmoción era tan grande. En medio de la multitud, las conversaciones giraban en torno a los calcetines: a la estética, a qué harían ahora, si deberían prohibir su uso o implantar la moda bicolor. Ante esta sugerencia, varios barrios entraron en conflicto. Era una tradición centenaria: cada habitante de Robbstone se abastecía de parejas de calcetines de diferentes colores, nunca dos pares iguales.

Colorado Jim decidió salir al balcón para hacer frente a la multitud.

—¡Buenos días, habitantes de Robbstone! Como todos sabéis, esta mañana nos hemos despertado sobresaltados por el asunto de los calcetines desparejados. He ordenado a las autoridades pertinentes que investiguen el caso y, por si las moscas, he llamado al FBI y al CSI. De estos últimos no tengo respuesta. Volviendo a los calcetines, y a sabiendas de que es un tema peliagudo, quiero deciros que he meditado con mi gabinete de crisis y varias tazas de café, que el pueblo sea como los demás pueblos... ¡que cada uno use los calcetines que más le gusten!

La plaza se estremeció. Los allí congregados, con los ojos como platos, dieron un salto al unísono, provocando el desprendimiento de varias tejas del ayuntamiento.

—¡Es una tradición milenaria! —gritó una mujer con los rulos aún puestos. Llevaba un calcetín a rombos verdes y negros y el otro azul marino con dos franjas blancas.

—¿Pretende cambiar un estilo de vida en una mañana? ¡Nos gustan nuestros calcetines tal como están ahora! —exclamó un joven en pijama, que llevaba solo un calcetín amarillo pollo.

—¡Señor alcalde! ¡Váyase! ¡Queremos elecciones anticipadas! ¡No queremos un alcalde que a las primeras de cambio tire por los suelos toda una tradición! —gritó con sus zapatillas de estar por casa y los calcetines desparejados.

Las voces clamaban al unísono una solución. Como protesta, todos los congregados se quitaron los calcetines, los hicieron una bola y los lanzaron al alcalde. Una lluvia multicolor y con un olor muy particular llegó hasta el balcón. En poco más de diez segundos, Colorado Jim se vio atrapado por una montaña de calcetines que le llegaba hasta la cintura. Varios hombres tuvieron que sacarlo en volandas de la jungla textil.

Dos días después, en la puerta del ayuntamiento, había una nota colgada de puño y letra del alcalde:

Queridos conciudadanos:

Viendo el tema de los calcetines y que no hemos podido llegar a un acuerdo, he decidido que, a partir de hoy, queda a libre disposición de cada persona la utilización y combinación de calcetines como mejor le venga en gana. Después de varias horas consensuando el tema con el consejo mayor del pueblo y con los representantes de cada barrio, hemos decidido que el 6 de diciembre de cada año sea día festivo. El nombre de la fiesta será por votación popular. Así queda resuelto el tema que ha llevado a la revolución a este pacífico pueblo.

Alcalde, Colorado Jim

Poco a poco, la noticia corrió por todo el pueblo. Algunos se lo tomaron bien y otros cayeron en depresión. Muchos encontraron la imposición justa, y los jóvenes montaron una fiesta por el día libre extra.

Pasaron los días y el agua volvió a su cauce. El alcalde podía salir a la calle sin temor a recibir un calcetinazo. El pueblo había vuelto a la normalidad y sus habitantes presumían de todo tipo de calcetines.

Solo una pregunta quedaba suspendida en el aire: ¿dónde habían ido a parar los calcetines desparejados de todo el pueblo?

En la otra punta del pueblo, en la fábrica textil, especialista en calcetines, se descorchaban botellas de vino y se cantaban canciones festivas a pleno pulmón. En la parte de atrás, una hoguera consumía los últimos calcetines desparejados. Este año iba a ser muy bueno en ventas.

Postales 2 (2011)

 

—¿Quién?

—Tú sabrás, ¿no?

—¿Yo? Para nada.

—¿Tanto rollo para esto? —se puso las gafas de sol Ray-Ban.

—Joder...

Las sombras de otoño, somnolientas, se refugiaban en las faldas de la montaña de colores ocre

Postales (2011)

 

—¿Y? —encogió los hombros con un "no sé".

—Nada. —Pateó una piedra que fue a parar a una charca, dibujando ondulaciones en el agua helada.

—Pues... sigamos. —El sol se ocultaba, pálido y cansado, tras las montañas nevadas. Un final de postal.

La chatarrería (2011)

 

—¡Te dije que no era buena idea, Carlos! —Iván lloraba a moco tendido. Las lágrimas le caían por el cuello y dibujaban un camino de piel limpia entre la suciedad.

—¡Va! Si solo eran unos adultos más, verás cómo mañana nadie se acuerda. —Carlos pasó sus largos brazos por los hombros de su amigo. Sentía la respiración agitada de Iván bajo ellos.

Caminaron en silencio, roto solo por los hipidos que Iván intentaba contener. No había nadie en las calles. La temperatura superaba los cuarenta grados a la sombra, y solo una chicharra cantaba a pleno pulmón, quejándose de la insolencia del sol.

Dejaron atrás la chatarrería, el lugar más emocionante para jugar. Coches abandonados, electrodomésticos rotos, piezas de todo tipo listas para transformarse en armas o naves. Era el paraíso para los chicos del pueblo y el escenario idóneo para las batallas entre bandas. Allí se habían librado auténticas guerras por territorios y se habían perdido otras, desterrando a los perdedores a los campos de tierra.

Pedro el Gordo era el cabecilla de la banda de los Gordos, junto a Julián el Gordo, Manolo el Gordo, Jorge el Gordo y Luis el Casi Gordo, que estaba en proceso de engorde. Si no lo conseguía antes de que empezara el colegio, sería expulsado y humillado delante de toda la banda. También estaba la famosa banda de las Piedras, conocida por toda la chatarrería por su afición a lanzar rocas a todo el que no les cayera bien, incluidos animales. Se comentaba que incluso apedrearon a las chicas de un curso superior por no querer besarlos. Para diferenciarlos de las demás bandas —sin contar la de los Gordos, por obviedad—, llevaban un colgante de piedras al cuello. Así, una docena de bandas poblaban la chatarrería.

De todos los pueblos de la comarca, este era, sin duda, el que tenía el índice más alto de niños de entre ocho y once años. Aburridos por la hiperactividad infantil del pueblo, los padres dejaban a sus hijos a su libre albedrío. El pueblo estaba gobernado por individuos que aún algunas noches manchaban su ropa interior.

Pedro el Gordo y Antonio el Piedras estaban enfrascados en una reunión, tensa como siempre que se juntaban los líderes de las bandas.

—¡Pedro! Siempre tenemos que esperar a que los demás jefes dejen caer sus culos sucios por estas reuniones —un moco seco asomaba burlonamente por el orificio derecho de su puntiaguda nariz.

—Todavía quedan cinco minutos para que vengan, no montes tu escenita de indignado tan pronto —Pedro miró cómo las manecillas de su reloj marcaban que quedaban cuatro minutos para la hora.

—No vendrán, y al final seremos nosotros dos los que decidamos qué hacemos con el pueblo...

—Si tiene que ser así, que así sea —Pedro se metió en la boca un caramelo sabor melón y se guardó el envoltorio en el bolsillo, donde ya guardaba un sinfín de objetos.

Los demás jefes de las bandas no aparecieron; habían sido castigados por sus progenitores. Sería la última vez que algo así pasaría. El resultado de la minúscula pero acalorada reunión fue el que se esperaba, con o sin los demás: los adultos del pueblo debían recibir su castigo. Y, por ende, los niños de hasta catorce años serían los responsables, los gobernadores de todas las instituciones. Ellos mandarían, serían los dueños del pueblo.

No se supo lo que pasó con todos los adultos. Algunos no despertaron jamás, otros desaparecieron sin dejar rastro, y la anarquía se hizo patente al día siguiente de la reunión.

10 de septiembre de 2025

Mi amada bruja (Oda al príncipe decolorado) (2010)

Mi amada bruja 


¿Cómo decirte que el cielo es azul, si no miras más allá de tus pies? ¿Cómo decirte lo dulce que es el amor, si no paladeas besos de pasión?

¿Eres tú mi princesa azul, o mi sapo vestido con lindo tul? Acércate, que te besaré, que posaré mis labios en tu cálida piel.

Sorpresa la mía, que no eres princesa, mas sapo tampoco eres. ¿A quién he besado con tesón, que verrugas salieron en mi corazón?

Escoba en la mano, caldero humeante, me miras con ojos desafiantes. Ya no llevas coloridos ropajes, ahora, el negro es dominante.

Soy príncipe sin color, valiente sin pundonor, vivo cegado por tu amor, ¡ay, bruja de mi sinrazón!

—Acércate, príncipe decolorado, que tiempo te he esperado. Acércate sin temor, que quiero amarte con ardor.

Siento mi alma atrapada, mi espíritu entre pared y espada, quiero salir de este sueño, pero me atrapa esta descarada.

Te he preparado, ¡oh, mi príncipe!, un delicioso caldo especiado. Olla bullente, de murciélagos al dente, siéntate, querido, y saborea este cocido.

Tiemblo de amor, tiemblo de terror, la quiero, pero pido mi liberación. Yo busco princesas, no un tiburón, que atenaza mis tripas y asalta mi corazón.

De rodillas postrado, el abanderado, con lágrimas en los ojos, implorando: ¡Te amo, pero anhelo mi pasado, quiero partir, solo, déjeme ir!


Pasa el tiempo, príncipe descontento, su amor, cada día en aumento. Desdichado se siente nuestro héroe, que su vida ha echado al retrete.

Badbadabí, badabadó, al príncipe me lo quedo yo. Mezclando ingredientes, embrujándolo como serpientes.

Dos vástagos he engendrado, mis niños, ángeles caídos, afilados como la madre, atrapados como su padre.

—Padre, ¿por qué madre es así? Y nos ha engañado, ¿por qué sí? Somos hijos de un príncipe, queremos un reino, y ser partícipes.

—¡Ayudadme, hijos míos! rompamos este hechizo. Y os prometo un reino, caballos y hasta un cobertizo.

Dicho y hecho, plan pertrecho, atada de pies y cabeza, con voz maltrecha, maldice con fuerza. Niños agua en mano, limpieza de mano santa.

Liberados por fin de su prisión, cabalgan felices, con ilusión, buscando su reino olvidado, príncipe de azul reencontrado. 

La torre del jardín

 


Día tras día miro fugazmente ese destartalado y abandonado jardín sin nombre, solitario, en sombras, con sus típicos ruidos quejumbrosos, como quejándose de su soledad. Oigo el cantar de sus infelices y escuálidos pájaros, y las pisadas de sus deprimentes animalillos que merodean sin rumbo, ajenos a lo que les rodea.

Siento la brisa tibia del aire rozar la piedra, noto cómo el tiempo roza mi cuerpo como si quisiera atraparme, pero no lo consigue. Soy escurridizo como el agua entre las manos.

Sentado en la parte más sombría del jardín, observo la torre que majestuosamente descansa en él, sin inmutarse por el paso de los años. Se diría que siempre fue así, pero sería mentira; está quejada de una enfermedad. Su cuerpo está lleno de grietas y su figura entrelazada de plantas como si no quisieran dejarla caer. Pero ella sigue allí, viendo pasar el tiempo, oyendo como yo los murmullos de las voces que habitaban en el jardín, su jardín.

No son voces humanas, son las voces de los atemporales, los que viven pero que no están vivos, los que deambulan entre sombras, los que están entre dos mundos, los que jamás envejecerán. Los que andan descalzos sobre hojas secas sin hacer ruido, los que lloran sin lágrimas. Son los que velan por la torre, los que velan y cuidan del pasar del tiempo.

Ese edificio de piedra rojiza no se queja de su enfermedad, pues no es mortal; es un acuerdo con la naturaleza y los seres del jardín sin nombre. El jardín sin nombre, también podría llamarse el jardín de la soledad.

El jardín no está triste, pues tiene la infinita compañía de su torre y de mí, compañero del tiempo. Aunque hay que decir que antaño era más feliz, con sus columpios recién pintados, ahora herrumbrosos amasijos de chatarra. Con sus caballos de hierro trotando en círculos interminables, ahora sin jinetes, abandonados entre la maleza. Sus cunas blancas balanceándose y acunando la brisa, ahora del color del óxido, olvidadas.

Yo soy aquel que te custodia, mi bello jardín solitario. Yo soy aquella estatua que siempre te mira, mi adorada torre. Soy aquel que os ayuda a pasar el largo y pesado tiempo, el que os observa y escucha desde la parte más alta del jardín de los corazones olvidados.

¿SUBCONSCIENTE?

 


Mi estómago era como una lavadora, centrifugando al máximo; mi cabeza, como una tormenta de dudas; mi corazón, una sombra en la noche.

Nada salía como uno quería, pero con el tiempo ganaría la guerra.

Pero, ¿qué se habían creído todos? ¡Lo he hecho lo mejor que he podido! La gente solo ve las cosas malas.

Pasó el tiempo, la guerra seguía. ¡Cuántos días malgastados! ¡Cuánta vida desaprovechada! ¡Oh de mí! ¡Oh de ti! ¡Oh del tiempo!

—¿Quién eres?

—Tú, el que siempre me sigues, el de la vida eterna, el que me atormenta todas las noches. ¿Quién... eres... tú?

¡SILENCIO!

—¡Oh de mí! ¿Quién sois? Decídmelo, o alguien morirá...

¡SILENCIO!

—No amenaces a aquello que no conoces. Tú, subhumano, calla, espera y verás.

Espero y espero, pero nada sucede. El tiempo pasa veloz y no veo a nadie. Mi mente, mis pensamientos, se retuercen intentando saber quién es, y por qué me atormenta de esta manera.

¿Quién es el que me manda callar, el que me dice que espere? Llevo toda una vida esperando, ¿cuántas más perderé?

Mucho tiempo...

Conozco lo infinito, el abismo, el mismo Infierno, el paraíso, el cielo. Lo sé todo y no sé nada. Tú, morador de mis sueños, ¿qué quieres de mí? ¿Soy un instrumento para ti, que juegas con mi vida? Moriré si no te das a conocer, y muerto no te serviré de nada.

—¿Quién...eres...tú?

¡SILENCIO!, los muertos no hablan.

—¿Muertos? ¿Quién está muerto?

—Tú...

—¿Yo?

—Quién sino...

—¡Estoy vivo!, ¿no me ves? Tú que todo lo sabes.

—Yo no veo nada ni a nadie, solo veo ignorancia a mi alrededor. A alguien que solo piensa en sí mismo... en sus penas...

—¡Mis penas son reales!

—Yo... soy... real..., no tú...

—¡Cállate!, me das dolor de cabeza.

—Tú te infliges ese dolor.

—Son tus palabras las que lo producen.

—En tu interior das crédito a lo que te digo...

—¡No! Creo que tú me temes... ahora me doy cuenta. Me das pena.

¡Temerte a ti! Soy yo quien te controla, el que controla tu vida, y el que te la puede quitar. Sin mí no eres nadie... piénsalo...

—¡Déjate ver! si tan poderoso eres.

—Los ciegos no ven...

—Veo a mi alrededor, y me veo a mí mismo.

—¿Puedes ver lo que hay más allá?...

—Más allá no hay nada.

—Ciego eres, pues...

—Piensa en mis palabras, y cuando estés preparado, aquí estaré...

¿Qué me está pasando? Siento un gran vacío en mi interior.

—¡Regresa!

—Reflexiona...

La guerra continúa y no gano batalla. ¿Contra quién estoy luchando? Pienso en tus palabras y no le encuentro sentido a nada. ¡Maldito seas y malditas tus palabras!

Me llamas egoísta e ignorante porque solo pienso y actúo para mi provecho, pero pienso en todo, en su medida correspondiente, ni más, ni menos.

Soy una persona justa, si me preocupo de todos, ¿cuándo me preocuparé de mí? Pienso en mí, en mis seres queridos, y en todo lo que me rodea. Pienso en mi futuro, en el de los demás, y el mío lo veo poco claro, en cambio el de los demás es todo perfecto.

Necesito tiempo para ordenar mi vida, para construirme un porvenir ideal, para planear una existencia agradable.

Después, está todo lo demás.

Si a esto le llamas ser egoísta e ignorante, entonces ese es mi nombre.

—Sé quién eres.

—Lo crees...

—Te conozco.

—Crees lo...

—Me perteneces.

—No crees lo...

—Te pertenezco.

—No crees lo si...

—Te domino.

—No crees lo si tú... puedas...

—Mi mente.

—...puedes...tú.

—Tu mente...

—¡Fuera de mí!

—Puedo no, perteneces me...

—Eres débil.

—Tú débil eres, débil seré yo.

—Sé quién eres.

—Lo crees...

Sé que te conozco, aunque lo niegues. Te domino aunque no lo creas. Estás en mí y en todas partes, eres poderoso pero no inmortal.

—¿Sabes quién soy yo?

—Conozco a todo aquel al que poseo.

—¿Me conoces bien?

—Muy bien...

—Dime una cosa, ¿de dónde vienes?

—Vengo de ti. Siempre estuve aquí.

—¿He sido el único, o has conocido a alguien más?

—A todos...

—¿Vas a matarme, verdad?

—No. No está en mi mano hacerlo...

—Si pudieras, ¿lo harías?

—Tus preguntas me aburren...

—¿Lo harías?

—No, jamás. Yo no destruyo, ayudo a crear.

—¿Quién eres?, ¿y por qué me elegiste a mí?

—Sabes quién soy porque crees en mí...; tú me elegiste a mí.

—¡No contestas a mis preguntas!

—No formulas las preguntas correctas...

—Piensa y concéntrate en tus pensamientos... tienes la respuesta en ti mismo.

—¡No te entiendo!

—Piensa...

—Tú me acosabas, amenazabas y perturbabas mis sueños.

—Tú mismo lo hiciste...

—Tenía pánico y un miedo perturbador.

—Tú lo creaste...

—Pasé noches sin dormir, desvariaba, pensaba que me volvía loco. ¿Lo estoy?

—¿Tú lo crees...?

—No lo sé.

—Entonces, ¿por qué preguntas?

—No lo sé.

—Dijiste que me controlabas, ¿lo haces ahora?

—No, nunca lo hice...

—Lo sé.

—¿Por qué lo preguntas?

—Para que sepas que no puedes engañarme.

—No creí que pudiera...

—Pero lo intentaste, ¿sabes cómo funciona el juego?

—Yo pregunto y tú me contestas con mis preguntas, evadiendo respuestas.

—Exacto.

—¿Con qué propósito?

—Tú lo sabes...

—Para que me dé cuenta de cómo funciona mi mente.

—No exactamente, pero ahora lo sabes...

—Creo saberlo. Siempre sé las respuestas.

—Cierto. Tu mente es lenta, pero ya vas aprendiendo.

—¿Cuánto tiempo llevas entre nosotros?

—Desde tiempos inenarrables. Antes incluso de que se creara el principio.

—Mucho tiempo observando el mundo.

—Mucho tiempo para crearlo...

—Y poco tiempo para destruirlo.

—Cierto.

—¿Quién es el dueño de todo?

—Nadie es dueño de nada... simplemente se crea algo y se deja crecer, nadie controla nada.

—Entonces es autodestructivo...

—Eso depende de cada uno. ¿Deseas destruir?...

—¿No destruimos desde que nacemos?

—No. Solo desde que tenéis uso de razón. Vuestra naturaleza es destructiva...

—Nos hacemos a semejanza de lo que vemos en el transcurso de nuestra vida.

—Vuestra mente es débil...

—¿Puedo fortalecerla?

—Puedes...

—Ayúdame a conseguirlo.

—Lo estoy haciendo. Tu mente a cada palabra, pensamiento tuyo, se hace más fuerte.

—¿Volveré a hablar contigo?

—El tiempo lo dirá...

—Me siento mejor.

—Tu peso es más ligero...

—Siento mi mente más despejada, mis pensamientos son más fluidos y coherentes.

—Tu fortaleza ha sido abatida, destruida. Buen trabajo...

—Estoy en deuda contigo.

—...Todo a su debido tiempo...

He abierto los ojos y mi mente al mundo. Ahora veo su verdadero rostro y no le tengo miedo. He ganado la guerra... Llevo tiempo pensando y analizando lo que es la vida, y ahora le he encontrado la gracia al chiste.

He vuelto a soñar con un ángel... ...o con el mismísimo diablo...

9 de septiembre de 2025

Uno de princesas

 

Cabalgan cientos de caballos,

blancos, de fuertes patas.

Cabalgan al trote, sin destino,

estampida de caballos, sin rumbo definido.

 

Por tierras secas, marrones,

antes prados verdes.

De horizonte sin fin,

de paisajes lineales, montañas sin perfiles.

 

Cientos de caballos cabalgan sin rumbo,

jinetes sin aliento, mandoble en el costado,

de valientes batallas,

viaje al deseado descanso.

 

Ya ha acabado la guerra, valerosos guerreros,

ya amanece, cielo azul.

Victoria teñida de rojo,

campo sembrado de despojos.

 

Final del camino, lustroso castillo,

agitando blanco pañuelo,

princesa en lo alto de la torre,

reina de rubia melena.

 

Muchas vidas se han perdido,

reino salvado de forajidos,

que con coraje sufrido,

tesoros habían cogido.

 

—Dime, rey de yermas tierras,

si bien hemos hecho,

cosechando almas del mal nacido,

¿tendremos larga vida, perdón del Divino?

 

—Vosotros, caballeros del rey,

al reino os habéis debido,

pues yo con mi sentido,

a mis hijas os he prometido.

 

La mayor para vos,

de ojos azules, piel de melocotón.

Para su escudero, la menor,

de ojos grises, la de mayor corazón.

 

Abriendo los brazos, abarcando al gentío,

el rey habló, y los deseos concedió,

oro, plata, y hasta carbón,

pues las chimeneas con buena lumbre dan más calor.

 

Anochece en el reino,

de sombras alargadas, cielo perlado,

lechos en compañía,

amor por los cuatro costados.

 

Hoy el pueblo sueña en paz,

descansa entre abrazos de enamorados,

acurrucados los amantes,

en alcobas bien ardientes.