-¡Apriete
bien Adela! –Claudia Jones se sujetaba al respaldo de la silla para no caerse.
-Señorita Jones, no puedo apretarle
más el corsé sin que le haga daño –La frente la tenía perlada del esfuerzo.
-Necesito estar bella para Robert,
Adela, y quiero que me mire bien el escote, que vea lo hermosa que soy. – Se
notaba los pechos bien apretados y al mirarse el escote vio que los tenía bien
firmes y rosados. –Está bien Adela, creo que ya es suficiente. Espero que mis
atributos sean del agrado de mi galante caballero. –Se alisó el vestido que su
padre le había traído de Italia y fue al espejo a contemplarse. –Algo habrá que
hacer con este pelo ¿Qué le parece un recogido y una de esas pamelas que tiene
madre?
-Estará usted bellísima mi señora, y
si Ser Robert no lo ve vaya buscándose a otro caballero que no esté mal de la
vista. –Detrás de ella iba arreglándole el bajo del vestido, lo justo para que
no arrastrase y lo ensuciase.
-Querida Adela, sabes cuanto tiempo
he estado esperando este momento, cuantas lágrimas he derramado por él, y ahora
que tengo la mayoría de edad puedo hacer
realidad mi sueño, lo quiero a él. – Mientras se recogía el pelo escuchó como
el carruaje paraba delante de la puerta de casa.
Un Clic y el televisor cambió de
canal.
-¡Capitán los torpedos fotónicos
están preparados y apuntando a la nave enemiga! – Tecleaba en el control de la
nave y varios Bips sonaron en todo el puente de mandos.
-Relájese Teniente, esperaremos a
tenerla más cerca, ¿sigue el escudo de invisibilidad al cien por cien? –El
capitán estaba sentado en su butaca al mando de la nave con las manos reposando
en los brazos.
-Ha bajado al noventa y cuatro por
ciento, pero aguantará en primer impacto. –Seguía mirando cuadro de mandos
cuando notaron el impacto en la proa de la nave.
-¿Que ha pasado? ¿No estábamos con
el escudo de invisibilidad? ¿se puede….-Otro segundo impacto partió la nave en
dos que quedaron a la deriva en el espacio.
Otro Clic y el televisor volvió a
cambiar de canal.
-Se acerca una tormenta tropical
causada por el tornado Mike, se han tomado todas las precauciones en las
ciudades de la costa este dado que la tormenta está en pleno apogeo – Se veía
un mapa por satélite que mostraba el avance de la tormenta.- se esperan unas diez
mil evacuaciones a la otra punta del país.
-Si Michael, además me informan que
ya ha habido varias muertes por derrumbes en varas playas, y algunos
desaparecidos…
Otro Clic y el televisor se quedó en
negro.
Pedro se levantó del sofá y se rasco ausente el
trasero y dejó escapar un eructo causado por la Coca-Cola. Tiró
el mando de la televisión dentro de la pecera y se acomodó en el fondo rodeado
de peces curiosos.
Se plantó delante de la estantería donde tenía los
libros colocados y cogió el que quedaba más a la derecha. Lo hizo sin pensar,
como un autómata. Le quitó el polvo que tenía acumulado en lo alto de un
soplido. Y se sentó en el suelo con la espalda apoyada en los radiadores de la
calefacción. Ringo, su gato siamés se acercó ronroneando y se acomodó entre sus
piernas y volvió a dormirse. Pedro lo acarició y miro el libro no era el que
más le gustaba y ni mucho menos hacia honor al título, pero le gustaba su
significado. Abrió el libro por la primera página.
(*)Un edificio gris, achaparrado, de
sólo treinta y cuatro plantas. Encima de la entrada principal las palabras:
Centro de Incubación y Condicionamiento de la Central de Londres, y, en
un escudo, la divisa del Estado Mundial: Comunidad, Identidad, Estabilidad.
La enorme
sala de la planta baja se hallaba orientada hacia el Norte. Fría a pesar del
verano que reinaba en el exterior y del calor tropical de la sala, una luz
cruda y pálida brillaba a través de las ventanas buscando ávidamente alguna
figura yaciente amortajada, alguna pálida forma de académica carne de gallina,
sin encontrar más que el cristal, el níquel y la brillante porcelana de un
laboratorio. La invernada respondía a la invernada...”
Pedro empezaba a mezclar frases y las letras eran un
borrón delante de sus ojos con los que luchaba para que no se cerrasen y cayese
en un sueño profundo. Su mente se rendía al cansancio, al agotamiento del día,
a las preocupaciones, a la falta de trabajo. Era uno de los casi cinco millones
de parados, de los miles que estaban luchando porque no le quitaran la casa,
por comer cada día. Pedro no podía hacer otra cosa que buscar trabajo todas las
mañana y ver la televisión todas las tardes, por lo menos hasta que no le
cortaran la luz. Por suerte como el pensaba, no tenía mujer ni hijos, y eso en
el fondo le consolaba. El hecho de no hacer sufrir a su familia lo hacía más
llevadero dentro de lo malo. Pero en el fondo de su ser, esa parte de la vida
que no había completado lo deprimía.
Los ojos perdieron la batalla, cayeron pesadamente y
la última palabra que se le quedó grabada fue; Feliz.
El libro se le cayó de las manos, cerrándose de golpe
y haciendo que Ringo saliera bufando enfadado por el atropello. Pedro se quedó
dormido con la cabeza apoyada en radiador y los brazos caídos al costado.
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