31 de marzo de 2012

FeliCity, una fábula


Y salí corriendo como alma que lleva el diablo para dejar atrás la monotonía negra que me envolvía. Y corrí, y a mi espalda dejé el camino empolvado, levantando nubes amargas. La vereda de tierra y piedras no me frenaba, me daba alas para llegar a donde la felicidad y los días de bonanza crecían salvajemente.

Soplaba el viento intentando detenerme, mi gorra voló descontrolada, sollozando por su destino. Y corrí más que en toda mi vida, viendo pasar a mi lado animalejos perplejos. ¿No hay letreros que indiquen el lugar donde reside la felicidad? Si los hay, yo no los vi, acaso por culpa de mi velocidad o por mis ganas de llegar. Daba igual, mi corazón palpitaba a cada zancada, y a cada una, mi sonrisa se ensanchaba. Ya me sentía embriagado de felicidad, ya olía los verdes campos pincelados de colores.

Vi montañas quedarse atrás, prados ocres que se apartaban a mi paso. Casas viejas, con sus viejas costumbres, se hacían más pequeñas. ¿Un granjero labrando un infértil campo? "¡Adiós, buen hombre, que pase un buen día!" Dos vacas de ubres llenas, masticando hierba seca, con mirada boba se giraban al verme pasar.

Y seguía corriendo y la lluvia apareció, intentando frenarme con charcos y hasta con un lodazal. Con mis ágiles piernas, de un salto dos millas adelanté. ¡Qué libre me sentía! Quise gritar, pero, cosas de la velocidad y mis ganas de llegar, me impedían hablar.

Quise preguntar al horizonte: "¿Cuánto me queda para llegar?". Y en susurros casi inaudibles me contestó: "¡Vaya usted más rápido y, al final del camino, gire a la derecha!". Y di las gracias mientras seguía corriendo. Borrones multicolores se pintaban a mi paso, como un pintor loco con expresividad desbordada.

No sé cuánto tiempo pasó, tampoco me importa. Un pestañeo y el camino cambiaba.

Salté, y mi impulso me hizo volar, durante unos segundos nada más, pero lo justo para verte, ¡oh, Felicidad! ¡Qué bella amistad nos espera, qué grata compañía nos aclama! Desde que nací he querido verte crecer, junto a mí, junto a los demás, junto a mi tierra, junto a mi planeta.

Un letrero pintado con hermosas letras me dio la bienvenida: "HA LLEGADO USTED AL ESTADO DE FELICIDAD". Mi gozo subió montañas y bajó colinas; mi meta había sido conseguida. Dichoso de mi porvenir que, al frenar mi carrera, quedé rodeado de una verde pradera.

Ahora que ya estoy en el país de las sonrisas, encuentro a mi paso unas lindas personas que amablemente me llaman y, alegre, me acerco.

—Bienvenido a FeliCity. Si quiere usted borrar su pasado, ponga la mano derecha sobre mi hombro izquierdo; si, por el contrario, quiere recordarlo, ponga su mano izquierda en mi hombro derecho. —Con su voz cantarina me recitó inigualables instrucciones.

—Gracias, amigo, pero los recuerdos, por muy malos que sean, son míos, forman parte de mi vida y me han hecho ser lo que soy. —Le contesté con una gran sonrisa y puse mi mano izquierda en su hombro derecho. Un ligero cosquilleo pasó de mi mano y bajó hasta mis pies.

—Bienvenido a FeliCity —dijo el segundo hombre, con un gran sombrero de copa y la sonrisa más grande que había visto jamás—. Si lo desea, puede ser feliz de por vida, susúrreme al oído derecho un secreto inconfesable; o si, por el contrario, no lo desea, puede tocarme la nariz con el pulgar de la mano izquierda, así tendrá días felices y días comunes.

Así que puse mi pulgar izquierdo en la nariz del hombre del sombrero y proseguí mi camino por el sendero de las piedras sonrientes.

Un buzón de color rojo, con su ranura curvada, me sonreía y un cartel me decía: "Introduzca su sobre con la dirección que quiere para su nuevo hogar. Si, por el contrario, está de paso, prosiga el camino". No sabía qué hacer y busqué en mis bolsillos algo donde garabatear mi futura dirección y mi hogar. En el bolsillo trasero, encontré por sorpresa un sobre de color verde con mi nombre escrito y, al abrirlo, en su interior había una dirección: "Calle de las Grandes Esperanzas". Metí el sobre en la sonrisa roja y volví, henchido de felicidad, al camino de las piedras sonrientes.

Un arco de flores amarillas era la entrada al pueblo; precioso, amplio, con aroma a pasteles de chocolate y multitud de personas riendo, hablando, caminando, besándose, amándose, y muchos niños, festejando la vida.

Esta era mi nueva vida, llena de felicidad y armonía. Mi pasado, mi compañía, pues como dije, es parte de mi vida.