Simplezas de lo cotidiano,
errantes humanos con sino desviado
en bosques de metal oxidados,
almas sin áurea filosofando.
Bisbiseando cotilleos del que será
entre dientes, bocados de realidad.
Arremangaos los pantalones sin más
para poder saltar charcos de falsedad.
Copias baratas de hombres sin piedad,
de mujeres santas azotando con látex,
lubricadas hasta las pestañas remarcadas,
besando promontorios de heces singulares.
Desgarras rabiosamente mi piel ardiente,
reventando ampollas con tu gesto,
resbalando su líquido por mi cuerpo,
pestilente como mi alma, como mi aliento.
Mudada la piel, me arrastro jadeando,
zigzagueando por dunas del desierto,
en busca de mi próxima víctima
a la que hincar el diente y mi veneno.
Vendas tus ojos cuando me miras,
tú, que me humillas, sociedad insana,
que me retuerces con odio el cuello,
chasquido de vértebras, sonido bronco.
Conciudadanos egoístas del mundo,
que solo os miráis el ombligo…
con el poder entre las piernas,
la cabeza de ecos furibundos.
Ladrando con esputos mentales,
meneando la cola a tu ritmo,
nos movemos tras de ti,
sociedad inmunda…
Trago cuchillas de afeitar,
voy abriendo camino carnal
hacia las entrañas del mal,
que son mi avaricia y tempestad.
Nos bajamos los pantalones,
poetas que, al limpiarnos el culo,
enseñamos orgullosos al mundo
nuestra gran obra maestra.