19 de enero de 2013

Un relato de ira digital: el día que mi PC me traicionó



Un relato de ira digital: el día que mi PC me traicionó

A día de hoy, tras una noche de infarto y en un momento de debilidad, me veo en la obligación de desahogarme y exponer mi malestar, intranquilidad, disgusto, enfado, rabia y una multitud de adjetivos más.

El motivo de este estado de frustración y enfado sumo es la tecnología, más en concreto mi ordenador. Antes un amigo del alma, ahora un enemigo acérrimo.

Resulta que le dio un "patatús", algo normal en los ordenadores, pero este fue de los graves, sí, muy grave. Lo apagué, lo dejé que se tranquilizara y lo encendí de nuevo. Con su pantalla azul, intenso azul y níveas letras, el descarado, el jodido, me dice que no encuentra el sistema operativo (en otras palabras, en su jerga informática). ¡Menudo sorpresón!

Antes de seguir, aclaro que mi PC consta de dos discos duros: uno donde está el sistema operativo y el segundo donde almaceno todas mis cosas. Bien, me digo a mí mismo: "No hay más que formatear el disco duro (el primero) y volver a instalar el sistema operativo". Dicho y hecho.

Cuál es mi sorpresa cuando, a medio camino de la instalación (lenta como el caballo del malo), me da un error. Salto como un resorte de la silla y miro a mi ordenador con cara de malas pulgas, intimidándolo. Él solo me dice (¡estúpido!) que el disco duro está mal, que tiene sectores defectuosos, y acto seguido me pregunta si quiero seguir instalando, que reparará lo dañado y adelante. Pues lo hago, cómo no.

Después de varios minutos (digamos que muchos, muchísimos), me da por mirar lo que está haciendo y algo no me cuadra… Se ha puesto a formatear el segundo disco duro. ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaarrrrrrghhhhhhh! Los pelos de punta, el corazón bombeando a marchas forzadas, tropiezo con la silla (¡cómo duele un golpe en el dedo del pie, descalzo, contra el metal!). Me lanzo hacia el ratón, no funciona; luego hacia el teclado, no funciona. De mi boca salen miles de improperios, pocos creo para tal situación, y por último me abalanzo sobre la torre del PC y lo desenchufo. ¡Puf!, apagado.

Rezo todo lo que sé, casi nada, arrodillado junto al PC, con los dedos cruzados (los de las manos y con mucho esfuerzo los de los pies), le imploro clemencia. Respiro varias veces y reinicio el ordenador. ¡Pí! ese ruido rasgado del ventilador… otro ¡PÍ!... pantalla en negro, letras blancas informándome de las características de mi PC… Detecting drives…

Y no detecta nada. Maldigo por lo bajo y por lo alto. A Bill Gates y a toda su pandilla de ladrones les deben de pitar los oídos.

No me queda más opción. Después de desmontar el PC e intentar instalar el sistema mil veces, me rindo. Subo a casa de mi hermana y hablo seriamente con mi sobrina (¡pobre!), le digo que ya que no usa su PC, si le importa que le quite el disco duro y se lo ponga al mío. A lo cual ella, ¡te quiero, sobrina!, me dice que sí, que no hay problema.

Bajo a casa, desmonto el PC por tercera vez, le pongo el disco duro nuevo, lo formateo e instalo el sistema operativo… sin problemas. Ya respiro algo mejor, pero me da en la nariz que algo pasará.

Tras pasar como media hora (23 minutos, según Microsoft, que creo que viven en otra dimensión y para ellos el tiempo sí es relativo), tengo instalado el sistema operativo. ¡¿Desea dar un paso por Windows XP?! ¡¡¡Noooo!!!, joder.

Hago clic en Inicio, abro "Mi PC" y busco los discos duros. Ahí están, el C y el D. Inmediatamente, en décimas de segundo, abro el D, y el mundo se derrumba…

Solo hay una carpeta de Windows, la que ha quedado después de querer instalarse allí el sistema operativo. ¡Cabrón! Y no hay nada más.

Me echo las manos a la cabeza, con lágrimas en los ojos, el corazón desbocado, mordiéndome los labios hasta el punto de que me sangran. No hay nada. Solo me vienen a la cabeza unas palabras: "¡Hijo de puta!". Miro a mi PC unos segundos… y lo apago.

Solo tengo palabras de agradecimiento a los ordenadores, a sus creadores y a todas sus familias. Ya no tengo nada, ni fotos, ni música, ni poesías, ninguna. Todo borrado. Mis 010101110011 ahora son 000000000… ¡Menuda desgracia!

Me diréis que por qué no hice copias de nada... pues no lo sé, para eso tenía un segundo disco duro.

Te odio, Bill Gates, y me odio a mí mismo por no ser previsor.